Siete sillas, seis actores,
cuatro cajas, tres recuerdos y un piano. Un recuento singular para una
obra de teatro un tanto especial. Imagine por un momento que se reúne
con cinco personas que apenas conoce, que tres espectadores al azar les
comentan tres recuerdos y que a partir de esa mezcla deben construir una
historia. ¿Difícil? Pues extrañamente no fue tan problemático para los
seis actores de las distintas compañías que dieron cuerpo a esta
singular “Impro Long Form”, para disfrute de los conquenses que el
sábado asistieron al Auditorio con motivo de la Bienal Internacional de
Teatro de Autor.
Tres recuerdos: una fiesta del vino,
remolacha azucarera y una comitiva de burros. Habría que estar loco o
ser un genio para poder enlazar de cualquier modo entendible alguna de
estas ideas. Y sí, es preciso aclarar que los acontecimientos se daban
paso uno tras otros sin un hilo conductor vertebrado, o eso es lo que
los asistentes imaginaban, pues los actores nos demostraron que incluso
improvisando, es posible crear una historia completa de más de una hora y
media de duración partiendo únicamente de los tres recuerdos
mencionados anteriormente.
“Con la fiesta del vino…así empezó todo”.
Y cierto es, un chico subido a un árbol que busca un lugar tranquilo
donde descansar, un padre que se anima y una madre que le sigue. Una
pareja pregunta el destino de un pueblo y a partir de aquí comienza una
sucesión de intervenciones, de entradas y salidas de actores continua.
“Un imaginario colectivo”, según palabras de uno de los actores, Daniel
Llull, donde se realiza “lo primero que se te ocurre, sin censurarte,
para que empiece a fluir”. Solo así se entiende que en una comisaría de
policía se vaya a denunciar el secuestro de los niños del pueblo por
unos burros, que la remolacha adquiera una carga tan importante en una
relación o que tu mejor amiga te empiece robando el cable del portátil y
termine quitándote la identidad.
Podría parecer que todo fue un caos, un
autentico sinsentido de teatro donde cada cual exponía lo que mejor le
parecía, podría parecerlo, pero no fue así. Se escapa a las técnicas
narrativas el poder argumentar como ocurrió lo que ocurrió, solo cabe el
disfrutar, el no intentar explicarlo, ya ni siquiera entenderlo,
sencilla y llanamente disfrutar y reír. Es lo que sabiamente hizo el
público de la BITA 2014, disfrutó y al final, como por arte de magia
todo tuvo sentido.
Micro-cuentos, micro-historias que
hicieron reír al público asistente, público que desde un principio se
sintió partícipe de la obra al exponer esos tres recuerdos que serian el
hilo conductor de esta atolondrada historia, que comenzó con la
okupación de un inocente árbol y terminó con su tala. De esta forma se
da fin a una historia que nos recuerda en ciertos momentos a las locuras
de Monty Python, una sucesión de risas que dejó con una gran sensación a
los espectadores de esta singular obra.